La Nueva Milicia, comentario al Laude Novae Militiae –  Capítulo I, Sermón Exhortatorio

Requiem.. non nobis

En la ciudad de Troyes, en 1129, se aprobó la regla del Temple luego de que fuera presentada por Hugo de Payens ante el concilio reunido en dicho lugar. Poco después, el patriarca de Jerusalén, Gormundo de Picquigny, autorizado por el citado concilio, revisó 12 artículos y añadió 24 a la regla que él mismo había redactado junto con el primer Maestre de los Templarios[1].

Lo interesante es que, hasta el día de hoy, para varios autores, la redacción de la regla del Temple se atribuye nada más y nada menos que a San Bernardo de Claraval, lo que le otorga el título de padre espiritual del Temple. Sin embargo, como ya hemos expuesto en una entrada anterior, esta obra es de los mismos templarios junto con el patriarca de Jerusalén. Por tanto, nos encontramos ante un argumento que no corresponde a la realidad. No obstante, esto no impide que San Bernardo fuera padre espiritual de la Orden. Tanto es así que en los días difíciles de la misma, su alta jerarquía parecía recurrir a él en sus súplicas durante los días de encierro en el castillo de Chinon[2], como parecen atestiguar los grafitis dejados por ellos que aún podemos ver ( ver la entrada: Comentario a los Grafitis templarios del Torreón de Chinon).

El lector ávido debe argumentar: <<Si no fue San Bernardo el artífice de la regla, ¿cómo es que aún decimos que fue padre espiritual de la orden?>> A esta duda, la respuesta se encuentra en un sermón exhortatorio que escribió para la Orden del Temple, titulado Elogio de la nueva milicia Templaria[3]. Es decir, el «patronazgo» del Santo del Císter estaría fuertemente relacionado con la redacción de dicho sermón. Pero ¿qué llevó al santo a escribirlo? ¿Fue por iniciativa propia o hubo alguna necesidad o solicitud por parte de la orden?

El apoyo a la nueva milicia.

En esos años del siglo XII, el gran San Bernardo se había erigido como baluarte del cristianismo, en su actividad incansable de protección hacia el Papa legítimo, Inocencio II, quien soportaba los embates del antipapa Anacleto II, así como su enfrentamiento a las nefastas ideas nominalistas encabezadas por Pedro Abelardo. Además, Bernardo viajó hasta la Occitania para convencer a los herejes cátaros de su error. ¿Quién más estaba calificado para dar apoyo a la nueva milicia?

Poco después de la aprobación de la regla de la Orden, si esta aspiraba a reclutar más caballeros, era entonces necesario un respaldo inequívoco. Y este provino del paladín y defensor del Cristianismo, del mismísimo San Bernardo. El propio santo cuenta que el caballero Hugo de Payens le solicitó hasta tres veces que redactara lo que sería el breve sermón ya mencionado. En él quedó reflejado el principal cuerpo doctrinal legitimador de la milicia monacal.

A lo que hemos comentado, se han esgrimido un par de consideraciones que nos gustaría traer a colación. La primera es que San Bernardo se había negado en las dos primeras ocasiones a escribir el sermón a solicitud de Hugo, dado que esto significaba un aprieto para él, ya que debía conciliar dos actividades aparentemente irreconciliables: la del monje y la del guerrero. La verdad es que no sé de dónde se basa esto, pero cuando se lee al mismísimo santo, no queda duda de que su intención, como él mismo dice, fue la de no ser tildado de <<precipitación y ligereza>>, así argumentaba:

<<Una, y dos, y hasta tres veces, si mal no recuerdo, me has pedido, Hugo amadísimo, que escriba para ti y para tus compañeros un sermón exhortatorio. Como no puedo enristrar mi lanza contra la soberbia del enemigo, deseas que al menos haga blandir mi pluma, e insistes en que os ayudaría no poco, levantando vuestros ánimos, ya que no me es posible hacerlo con las armas. Hasta ahora lo he diferido, no por menospreciar tu petición, sino para no ser tildado de precipitación y ligereza, por dejarme llevar de mis primeros impulsos>>

Esta tardanza de San Bernardo podría deberse a que él sabía y reconocía la importancia de la tarea que tenía entre manos. La mente más preclara de su tiempo, siempre asistido por la Virgen, reconocía que de sus líneas dependía el éxito de esta empresa. Estaba formándose la primera línea de defensa del reino latino de Jerusalén, que vale recordar estaba en una situación geográfica y política del todo delicada. Por lo tanto, era necesaria una milicia que tuviera toda la base cristiana para fundamentar su misión, la cual en nada sería fútil.

En segundo lugar, la aparente singularidad que sería la unión del estamento religioso con el guerrero, es decir, el nacimiento del monje guerrero. Para empezar, lo que hace San Bernardo no creo que sea una novedad. En el capítulo I del sermón, se observa la construcción argumental que hace el Santo para equiparar a la nueva milicia con una milicia divina:

<<Aspira esta milicia a exterminar ahora a los hijos de la infidelidad…, combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carene y hueso , y contra las fuerzas espirituales del mal>>.

Más adelante, presenta una doctrina de ética guerrera basada en la acción desinteresada, una de las cualidades que, junto con otras, hicieron famosos a los Templarios y que posee claras resonancias con otras tradiciones, como el Hagakure samurai y el Bhagavad Gita de la India, pero también con los textos espirituales de la futuwwa musulmana. Se puede argumentar en contra que en estas tres tradiciones se habla a un guerrero y no a un monje-caballero, pero esto no es del todo cierto.

Los Templarios no eran monjes al uso; no tenían las manos consagradas, por lo tanto, no celebraban el más alto rito que tenemos en el Cristianismo, que es la Santa Misa. Es bien sabido que a ellos se les asignaban capellanes que se encargaban de la consagración, por lo tanto, los Templarios eran conocidos como Frailes. Estos estarían muy cercanos a los actuales diáconos. Por lo tanto, podemos ver en el Temple y otras órdenes de caballerías un conjunto de caballeros regidos por una regla monástica, que poseen votos de pobreza, castidad y obediencia, pero que no tienen orden sacerdotal. Por lo cual, estaríamos ante una articulación humana que posee un cuerpo doctrinal cristiano, pero que no rechaza la actividad guerrera porque al final del día no son monjes.

Comentario al capítulo I del Sermon exhortatorio a los caballeros Templarios.

Pasemos ahora al objetivo de esta entrada, y de otras que publicaremos, que creemos serán unas trece, en las cuales daremos ciertas apreciaciones de lo que fue la nueva milicia. En la forma en que el Santo de Claraval se expresa, la orden del Temple estaba destinada a dar combate no solo en el dominio espaciotemporal, sino también en el del alma (dominio intermedio). Así este sermón exhortatorio erige al Temple, y a todo aquel que siga dicho sermón, como la gran amenaza para la civilización moderna, con su nihilismo y progresismo galopante, que hoy día tiene a la humanidad en vilo.

El primer capítulo del exhorto es homónimo al sermón. Al inicio de este, San Bernardo dice lo siguiente:<< Es nueva esta milicia. Jamás se conoció otra igual, porque lucha sin descanso combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso, y contra las fuerzas espirituales del mal Enfrentarse sólo con las armas a un enemigo poderoso, a mí no me parece tan original ni admirable … Pero que una misma persona se ciña  la espada, valiente, y sobresalga por la nobleza de su lucha espiritual, esto sí que es para admirarlo como algo totalmente insólito. El soldado que reviste su cuerpo con la armadura de acero y su espíritu con la coraza de la fe, ése es el verdadero valiente y puede luchar seguro en todo trance. Defendiéndose con esta doble armadura, no puede temer ni a los hombres ni a los demonios. Porque no se espanta ante la muerte el que la desea. Viva o muera, nada puede intimidarle a quien su vida es Cristo y su muerte una ganancia>>.

El contexto es claro: la nueva milicia no es solo parte de este mundo, sino que también toma parte del otro, ya que su combate abarca ambos. Por tanto, para que esta lucha sea efectiva, tiene que darse en un lugar donde los dos dominios se toquen (es decir, el dominio espaciotemporal y el dominio intermedio, no sujeto al espacio, pero sí al tiempo), y por fuerza, el único que conjuga ambos es el alma del hombre. Es así como el Caballero Templario, que por este hecho no podemos llamarlos simplemente guerreros sino Caballeros, investidura que con San Bernardo es llevada a un orden superior; no se detiene solo en el dominio espaciotemporal en su lucha contra el infiel, por el cual por su profesionalización y orden en el campo de batalla fueron tan admirados. Se suma entonces una batalla que es contra las fuerzas del enemigo, fuerzas preternaturales que buscan someter y destruir al hombre, criatura predilecta de Dios, y de esta forma hacer daño al Creador.

Así, el Templario cumple con lo dicho por el Apóstol cuando esgrime: <<Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales>>[4].

Es necesario entonces el uso de una doble armadura, no solo la de acero sino la de la fe, la cual es la defensa última y más importante, porque como cristianos, lo más importante es la salvación del alma. Pero mucho más importante es no temer a la muerte. Aquel que pelea por Cristo no es cualquiera, lleva en sí el pensamiento de las postrimerías, por tanto, vive como si fuera a morir en cualquier momento. Busca entonces, a través de los sacramentos, estar en la Gracia, porque si en la batalla es alcanzado por la muerte, será entonces, como dice el Santo, <<su muerte una ganancia>>.

<<… del amor de Dios que está en Cristo Jesús, quien os acompaña en todo momento de peligro, diciéndoos: Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. ¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla! … ¡Qué seguro se vive con una con ciencia tranquila! Sí; ¡qué serenidad se tiene cuando se espera la muerte sin miedo e incluso se la desea con amor y es acogida con devoción! Santa de verdad y de toda garantía es esta milicia, porque está exenta del doble peligro que amenaza casi siempre a la condición humana, cuando la causa que defiende una milicia no es la pura defensa de Cristo>>.

Es lamentable cómo en algunas iglesias no se habla de cosas católicas. Se ha olvidado algo tan esencial como el acompañamiento de Cristo y la relación que tiene el fiel con Él al poner sus propios sacrificios ante la cruz para la redención del género humano, como una especie de aporte al sacrificio que consumó nuestra salvación. San Bernardo nos recuerda la compañía de Cristo, no solo para los momentos de relajación y confort, sino también para los momentos de prueba. Estar con y en Cristo implica vivir en Él y morir en Él,  esto parece ignorarse hoy en día. Y es lo que hace parte de la vida del guerrero del temple. Así, sea en la victoria en el dominio del espacio-tiempo o en la muerte a este mismo dominio, al estar en Cristo nos da una victoria segura en el dominio del alma, la salvación, razón y vida del homo religiosus de la mal llamada Edad Media.

De esta forma se vivía, siendo quizás sus mayores exponentes los caballeros del Temple. Entonces, el santo nos recuerda: <<¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla!>> y es que con Cristo se logra la máxima victoria, aunque se haya perdido la vida en el campo de batalla. Esto último representa una contradicción inaudita para el hombre nihilista posmoderno. ¿Pero en qué contexto podemos colocar esta primera parte del sermón del gran Santo? ¿Cómo renovamos y hacemos nuestra la inspiración que dio el Santo a Hugo y sus compañeros? Pues reconociendo todos los dones que posee el cristianismo. La vida en Cristo nos da una serie de respuestas que, a los ojos del mundo de hoy, son completamente radicales. Ante aquellos que viven la fe del no-dios, es decir, se declaran ateos, aparece pues el cristiano, que estando recubierto del escudo de la fe, está acompañado de Cristo en la alegría, en la tristeza, en el disfrute y en el momento de la prueba. Para él, todo tiene significado, y esto le da una posición, que a ojos de los modernos, es inaudita ante el momento de la muerte. Por el contrario, ¿qué tiene el hombre de la fe del no-dios? La respuesta es prolija: la nada.

Al asumir que somos una casualidad, al creer que solo somos polvo, entonces en sus alegrías y en el peor momento de sus tristezas, el moderno y posmoderno indefectiblemente está solo. En el tránsito de la muerte, se ve aterrado, le teme más que a otra cosa. Por eso, busca con desespero el entretenimiento, la distracción, el no pensar en las postrimerías. Hoy, nosotros, ante esta lucha, debemos hacer como los Templarios: vivir con y en Cristo para que cuando llegue el momento, podamos morir y volver a vivir gracias a Él. Es así como se entienden otras de las palabras del Santo: <<Sí; ¡qué serenidad se tiene cuando se espera la muerte sin miedo e incluso se la desea con amor y es acogida con devoción!>> Esto para el posmoderno es una blasfemia, en contra de sus valores y derechos, en donde según se respeta la vida, pero se busca con toda saña matar al niño en el vientre. Se ensalza supuestamente la vida, pero se odia al anciano, al cual se le propone la eutanasia. El verdadero caballero del Temple, al cual entonces debemos imitar, debe vivir en el Verbo y defender la vida del indefenso en todo momento, porque defenderle es defender a Cristo, y así cobra todo su sentido otra frase del santo: <<Santa de verdad y de toda garantía es esta milicia, porque está exenta del doble peligro que amenaza casi siempre a la condición humana, cuando la causa que defiende una milicia no es la pura defensa de Cristo>>.

Así, la batalla que nos congrega hoy contra la sociedad posmoderna es una nueva defensa de los Santos Lugares, pero ya no externos, sino internos. Debemos retomar completamente la fe de nuestros abuelos y antepasados e ir y dar el buen combate. Pero es importante recordar hoy que la batalla a la que estamos asistiendo y participando (es inaudito pensar que hoy no formamos parte de ella) no es ya física, y si lo es, es en algunos casos donde se debe hacer uso de la legítima defensa. La batalla de hoy es en el dominio del alma, aquel que no está sometido al espacio, pero sí al tiempo. Por tanto, debemos considerar la advertencia del Santo.

<<Si la causa de tu lucha es buena, no puede ser mala su victoria en la batalla; pero tampoco puede considerarse como un éxito su resultado final cuando su motivo no es recto ni justa su intención. Si tú deseas matar al otro y él te mata a ti, mueres como si fueras un homicida. Si ganas la batalla, pero matas a alguien con el deseo de humillarle o de vengarte, seguirás viviendo, pero que das como un homicida, y ni muerto ni vivo, ni vencedor ni vencido, merece la pena ser un homicida. Mezquina victoria la que, para vencer a otro hombre, te exige que sucumbas antes frente a una inmoralidad… No porque maten al cuerpo muere también el alma: sólo el que peca morirá>>

Es importante tener presente que la causa de la lucha hoy contra el nihilismo posmoderno no es una batalla contra aquellos que lo profesan, sino contra las fuerzas detrás de ellos. Más bien, por aquellos que son instrumento de este mal, debemos rezar y pedir por su conversión. Por otro lado, es importante conocer, por las palabras anteriores de San Bernardo, que así como está en peligro el alma cuando en el momento de la batalla se atenta contra otro por el deseo de venganza, del mismo modo podemos ver que cuando hoy cargamos contra aquellos que representan el pensamiento posmoderno solo por refutarles y vencerles, por orgullo o por un cierto tipo de venganza sin amor a la verdad, entonces no se es diferente de aquellos que <<Si ganas la batalla, pero matas a alguien con el deseo de humillarle o de vengarte, seguirás viviendo, pero quedas como un homicida, y ni muerto ni vivo, ni vencedor ni vencido, merece la pena ser un homicida>>. Por tanto, hay que dar la batalla por Cristo y en Cristo, pero considerando lo que esto implica: <<No porque maten al cuerpo muere también el alma>>. De ahí tener presente el pensamiento de las postrimerías, para no caer lamentablemente en la situación de muchos de nuestros hermanos hoy, en donde parece que han perdido su alma y no son más que cuerpos ambulantes que responden solo a impulsos.

Así que aquel que lea esta serie de entradas, siendo esta solo la primera, y que lo dicho le mueva el corazón, entonces tenga presente que hay que ceñirse la armadura de la fe y tener siempre presente el consejo del gran San Bernardo: <<sólo el que peca morirá>>.


[1] (Upton-Ward, 2006) El código templario. Texto íntegro de la regla de la Orden del Temple

[2] (Charbonneau-Lassay, 1922) Coeur rayonnant du donjon de Chinon attribué aux Templiers.

[3] Titulo original: Liber ad milites Templi de laude novae militiae, incontables ediciones, aqui hacemos uso de la edicion Martin L., Javier San Bernardo de Claraval Elogio a la nueva milicia Templaria. 1994.

[4] Efesios 6, 12

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