Esoterismo cosmológico – Puntualizaciones

Desde el siglo XVIII, en el cual aparece como sustantivo, la palabra «esoterismo» se ha usado para designar aquello que es secreto y profundo y que va destinado solo a unos pocos. Fue justo en ese siglo cuando se fundaron pretendidas sociedades secretas que se convirtieron en poseedoras de un supuesto conocimiento secreto. Por tanto, su saber, arbitrariamente calificado de esotérico, solo sería captado por unos pocos.

A partir de este malentendido y de la idea incipiente de unos elegidos y superiores desconocidos, llevaron a consecuencias significativas en el siglo XIX que han perdurado hasta el XX y el actual siglo XXI.

Este malentendido se vuelve aún más problemático con el error cometido por René Guénon al afirmar de manera unilateral que el cristianismo carece completamente de esoterismo. Al posicionar una idea o característica del esoterismo como absoluta, Guénon juzgó todas las religiones sin considerar que su planteamiento, aunque importante, era limitado y excluyente. Esto se convirtió en un artículo de fe tanto para los seguidores de Guénon como para los tradicionalistas no guenonianos, quienes no se detienen en ningún momento para reflexionar al respecto.

Lo que pretendemos en esta entrada es clarificar lo que es el sustantivo «esoterismo» y cómo este sirve para asignar ciertos niveles de conocimiento. Jean Borella expuso esto de forma certera en su monumental trabajo «Christ the original mystery, Esoterism & mystical way»[1]. No queda duda de que el esoterismo no solo asigna una forma particular, sino que hay otras que nos permiten ver con mayor claridad lo que verdaderamente quiere exponer este sustantivo. Sirva esto también de explicación sobre lo que queremos exponer en las entradas relacionadas al apartado de este blog que lleva por título esoterismo cosmológico.

el sustantivo «esoterismo» y cómo este sirve para asignar ciertos niveles de conocimiento, es tratado de forma magistral en esta obra por Jean Borella

Esoterismo: origen y definición.

Es importante considerar que no estamos ante lo mismo al discurrir sobre el sustantivo «esoterismo» en contra del adjetivo «esotérico». Este último ha sido el único usado desde la antigüedad como atestigua la literatura del campo de la filosofía, mientras que el sustantivo ha sido completamente desconocido hasta el siglo XVIII.

Para no extenderme demasiado en este punto, digamos que el adjetivo «esoterikos» pudo haber aparecido primero en los círculos aristotélicos del primer siglo después de Cristo. Como parece atestiguar un escrito de Luciano de Samosata, en su sátira «filósofos en venta»[2] (circa 166 después de Cristo).

El asunto es que el sustantivo «esoterismo», bajo mucho esfuerzo, nunca se ha encontrado evidencia de él antes del siglo XVIII. Al parecer, de forma masiva, el término se usó por primera vez en 1828 por el historiador francés Jacques Matter[3]. Luego, Pierre Leroux[4] en 1840 hizo de este un término de uso bastante común. No dejemos de lado que, luego de la revolución del 48 en Francia, esta palabra que sería de utilidad para sociedades secretas y círculos ocultistas tuvo grandes voceros como Alejandro Dumas, Victor Hugo, Julio Verne, George Sand, Michellet y, por supuesto, Eliphas Levi.

Ahora bien, es en el siglo XX cuando un pensador de calibre como René Guénon[5] da las características técnicas de este sustantivo que, de forma, no sabemos si intencional, lo limitarían. Para él, para que se pueda hablar de esoterismo, se debe estar ante una estructura formal, con escalas o grados que permita el ascenso del neófito hacia una «realidad» espiritual luego de conseguida la iniciación. Así, a ojos de Guénon, solo algunas instituciones serían ejemplo de organizaciones iniciáticas y, por tanto, guardianas de verdades expuestas de forma esotéricas mientras que otras no. Esta estrechez es lo que hizo promulgar que el cristianismo no era, ni en él vivía, organización iniciática alguna. Este fue el anatema para que algunos del lado católico lo desterraran y otros dentro del perennialismo vieran con segundos ojos al cristianismo, llevando algunos a posicionarse en pie de batalla contra este, como fue el caso de Evola.

Pero esto no es tan simple como parece. Fue Jean Borella quien, en un estudio de casi quinientas páginas, nos demuestra no solo la idea o concepto limitado de Guénon, sino que nos ayuda a describir de forma certera los tipos de esoterismo y cuál de estos son los que viven, incluso hasta hoy, en el cristianismo y específicamente en el catolicismo.

Sigamos entonces a Borella en su exposición:

<<Los hechos muestran que, en los cultos mistéricos griegos como en el budismo tibetano o el sufismo, la afiliación a una orden esotérica puede ser un lazo bastante tenue, sin obligaciones muy precisas, y que a veces puede involucrar a multitudes enteras. Designemos a este esoterismo institucional con el nombre de esoterismo formal. Con ello nos encontramos en presencia de un sentido más corriente del término. El esoterismo ya no se define como una búsqueda de interioridad espiritual; el esoterismo es la exclusión de los no iniciados, la clausura del grupo y su naturaleza secreta: de ahí la expresión esoterismo formal, ya que es la formalidad de una regla de pertenencia que separa a los profanos de los iniciados. Claramente, esa es la idea que habitualmente tenemos del esoterismo, una idea popularizada por las novelas y los relatos de viajes incluso más que por la literatura académica.

Evidentemente, el esoterismo formal no excluye el esoterismo real, para el cual es potencialmente un modo de realización. Sin embargo, el tema no se agota en la distinción entre esoterismo real (o espiritual) y esoterismo formal, ya que este esoterismo formal puede a su vez ser visto de dos maneras diferentes. Un ejemplo aclarará lo que queremos decir. ¿Cuál es la relación entre el sufismo y la lectura de la mano islámica, o incluso la astrología islámica? Cada uno de estos términos puede designar tanto una actividad como un conjunto de conocimientos practicados en el seno de cofradías formalmente constituidas, donde se transmite un saber reservado ligado a la recepción de un rito, que equivale a lo que ordinariamente llamamos esoterismo. Pero ni estos cuerpos de conocimiento ni estas actividades tienen el mismo objeto: el sufismo se dirige completamente hacia una profundización espiritual de la revelación coránica, mientras que la lectura de la mano y la astrología son útiles para esta hermenéutica solo de manera muy indirecta y bajo el título de ciencias auxiliares; por lo tanto, tienen sólo una utilidad secundaria, como todas las demás ciencias sagradas, incluso la ciencia de las letras, mientras que el tasawwuf puro consiste básicamente en la apertura del ojo del corazón, a falta de

 cuya posesión  cualquier ciencia esotérica es vana.

Deberíamos, pues, distinguir dos tipos de esoterismo formal: uno, de orden religioso, adscrito directamente a una hermenéutica espiritual del revelatum, el otro, de orden cosmológico, que, para ser precisos, engloba no sólo las ciencias del macrocosmos (angelología, astrología, alquimia, etc.), pero también las ciencias del microcosmos humano (psicología, medicina, etc.).¹

Tal es la situación del esoterismo en el islam, al menos si nos limitamos a los grandes linajes, y esto se ajusta al modelo Guénoniano. Pero no es así para el cristianismo, y la diferencia se puede expresar en pocas palabras: en la religión cristiana no hay esoterismo formal de primer orden, al menos en el sentido de una estructura general, permanente y reconocida. No hay ninguno, nunca ha habido. Pero incluso antes de que se den las pruebas, basta un hecho para convencernos: en esta religión no descubrimos nada análogo a lo que es el sufismo para el islam, nos referimos a un esoterismo estructural específicamente ordenado a una hermenéutica espiritual del revelatum. Y que nadie pretenda que, siendo esotérico, este esoterismo formal de primer orden no ha dejado huella específica. Pues si es necesario ser desconocido e invisible para ser esotérico, entonces ni el taoísmo, ni el lamaísmo, ni los cultos mistéricos de la antigüedad, ni la Cábala, ni el sufismo lo son: el contenido de estas formas es sin duda restringido, pero su existencia es conocida por todos. Sólo el cristianismo, pues, se dice que ha ocultado en su seno una estructura esotérica general, exclusivamente ordenada a la comprensión del revelatum como tal y, sin embargo, completamente desconocida para todos. Esto es a la vez imposible y absurdo. Si existe, en una revelación, una institución espiritual a la que es necesario afiliarse para alcanzar el destino supremo del camino que ella propone, entonces esta institución debe ser reconocida por lo que es por todos los que se adhieren a ella.

 lo esotérico y lo exotérico, son procesos de interiorización o exteriorización, no regiones estáticamente definidas. Entrar en lo esotérico no es ver lo que lo exotérico ha escondido, es comprender que debemos sumergirnos en el misterio de Dios. Es precisamente a esta concepción exotérica de lo esotérico a la que Cristo ha venido a poner fin. Al revelar los misterios, se hace evidente que el conocimiento esotérico de la revelación exige una conversión completa de la mirada espiritual; si todo estuviera abierto y expuesto a la curiosidad de todos, lo esencial seguiría siendo mal interpretado. Así sucede con el cuerpo de Cristo, abandonado a la mirada de todos, extendido ante el mundo, traspasado hasta el corazón, y que sin embargo conserva, invisible, el secreto de su divina Resurrección>>[6]

por tanto estamos entonces ante tipos de esoterismo, existe un esoterismo real que puede ser acceso de manera formal, ordenado en una institución como expone Borella puede ser el sufismo pero no el cristianismo, y otro de carácter informal que no requiere de ninguna estructura en donde lo exotérico no esconde nada ni hace que las cosa estén veladas sino que  Al revelar los misterios, se hace evidente que el conocimiento esotérico de la revelación exige una conversión completa de la mirada espiritual[7] y es este el caso que aplica solo y únicamente al Cristianismo, en donde al Cristo ser la revelación pone fin a esta distinción estática , entre esoterismo y exoterismo, y que sirvió en casos para mantener al vulgo excluido de ritos y ‘secretos’, la revelación es para todos, pero requiere de una disposición y esfuerzo, que acompañado de la Gracia puede llevar al creyente a su consecuencias ultimas, la unión mística con Dios.

Por otro lado, existe un esoterismo llamemos técnico, que Borella llama, y nos parece de forma acertada esoterismo cosmológico, que ha hecho vida en todas las tradiciones incluso en la cristiana y que engloba las ciencias del macrocosmos y del microcosmos

El Macrocosmos, del frontispicio de la obra de Robert Fludd ‘Utriusque cosmi majoris et minoris hisotiria’ 1617

Tipo de esoterismo en el cristianismo

<<Tengo que concluir ahora y dar una idea plausible de lo que he llamado esoterismo doctrinal. La cuestión planteada era la siguiente: ¿existía, en los inicios del cristianismo, una distinción institucionalmente reconocida, en el seno de la Iglesia, entre una enseñanza exotérica dada a todos, y una enseñanza esotérica formalmente reservada a unos pocos, secretamente transmitida desde Cristo y constituyendo una doctrina diferente a la comúnmente sostenida? A esta pregunta precisa la respuesta sólo puede ser negativa. Se hará una excepción, sin embargo, para todo lo que responda a un esoterismo de naturaleza más bien cosmológica, en su origen o principalmente rabínico, en el caso de ciertas prácticas exegéticas, o más ampliamente judeo-helenístico o mediterráneo cuando [en su]  elaboración trata de las formas sagradas de la liturgia, elaboración que trabaja, en sumisión a los datos de la Tradición [Apostólica] y de la Escritura, con todas las ciencias sagradas, no sólo con las ciencias de las formas visuales y sonoras (arquitectura, pintura, escultura, música, canto sagrado, etc.), sino incluso las ciencias relacionadas con el tiempo y el espacio: así, la formación del año litúrgico (tanto temporal como santoral) no podría haberse realizado sin un conocimiento bastante considerable.

¿Cómo dar cuenta de tal elaboración (que ha acabado afectando a Europa, una parte de África y la franja occidental de Asia) sin presuponer la existencia de un conocimiento exacto sobre las propiedades simbólicas de los diferentes momentos del ciclo anual, transmitido dentro de Comunidades monásticas en contacto con cofradías artesanales? [Esta transmisión no fue sólo oral. Existen, por ejemplo, textos que debaten la fecha de la fiesta de Pascua que muestran lo que podría ser, en esa época, la ciencia del tiempo]

Como un conocimiento especializado, sino conocimiento ordenado a fines eclesiales, puede admitirse legítimamente que constituía una especie de esoterismo formal. No se trata, por tanto, de un esoterismo formal que podría introducir en la Iglesia una división general entre dos categorías de creyentes.

Sería ridículo sostener que, a los ojos de la comunidad cristiana, un miembro de una cofradía de constructores, un especialista en cómputo eclesiástico, y hasta un experto en apocalíptica judía, fueran considerados, por ese mismo hecho, como pertenecientes a una categoría de fiel superior a la que abraza a un ermitaño del desierto sin más ‘iniciación’ que la de su bautismo.

De ello no se sigue que toda noción de esoterismo sea inaplicable a la enseñanza de la doctrina cristiana durante los primeros siglos -si al menos se considera necesario utilizar este término- sino siempre que se considere que designa un «espíritu de esoterismo». y no un esoterismo institucional[formal]. Si insisto en este punto, ciertamente no es por un rechazo apasionado de todo esoterismo formal, como ocurre a veces en los trabajos y estudios dedicados a esta cuestión: niego la existencia de tal esoterismo -para el cual Guénon ha proporcionado la modelo más teórico- porque la verdad fáctica lo impone, salvo considerar que no sólo yo, sino también Clemente, Orígenes y otros éramos todos ignorantes de tal esoterismo, ya que las doctrinas esotéricas de que he hablado no habrían correspondido a él. En realidad, encontramos que la religión cristiana invita a la multitud de creyentes a aspirar a los dones más perfectos, es decir, a entrar en el misterio de Cristo que es don de la adopción filial para todos los que, bautizados en su sangre, son ‘ nacido de Dios’: la salvación en Jesucristo es la gracia de la deificación. No hay línea del Nuevo Testamento que no vaya en esta dirección. Tal es la finalidad última de la doctrina de la Iglesia. ¿Puede haber una segunda, superior a esa?

 No era, entonces, un esoterismo institucional [formal]. Las ciencias sagradas que acompañan a la revelación y permiten su inscripción en las formas y sustancias del mundo corpóreo continuaron siendo transmitidas en el seno de las cofradías artesanales[cristianas], así como en los monasterios; para las partes más difíciles y abstractas de estas ciencias, lo que, después de todo, asegura su subordinación a las exigencias del revelatum, y por tanto a la autoridad de la Iglesia. Si este esoterismo cosmológico permanece más bien en secreto, a pesar del desarrollo de la nueva fe y del crecimiento del número de fieles, es seguramente debido a la naturaleza bastante técnica de los conocimientos y prácticas que lo componen, conocimientos y prácticas que requieren una especialización extrema, pero lo es también porque toca la fe revelada de un modo mucho menos esencial, y porque, por eso mismo, corre menos riesgo de preocuparse por desviaciones heréticas. Sin duda llegará un tiempo (el nuestro) en que la corrupción de las formas sagradas parecerá rayar en la herejía, en que el arte de la piedad y de la inspiración, a falta de ciencia, traicionará su función de mediador de la ortodoxia>>.[8]

Por la exposición de nuestro autor es claro que en el cristianismo se mantiene un tipo de esoterismo cosmológico necesario para que la revelación pueda inscribirse en las formas y sustancias del mundo, de allí que las cofradías de constructores pero sobre todo los maestros no solo constructores en los monasterios, mantuvieran o desarrollaran saberes de corte iniciático en relación  al arte que desarrollaban y que así  solicitaba, y que tenían a la vista dos objetivos, sacralizar el arte y hacerlo un medio de comunicación de la revelación para el artesano, haciendo uso de la ciencia, segundo evitar la secularización del mismo y la perdida de la ciencia de corte sacro que llevaría definitivamente a la tecné a un nihilismo patente, que es lo que al final ha desembocado en el arte y cientificismo actual. Este mismo esoterismo cosmológico funcionó como herramienta para  la elaboración de las formas sagradas de la liturgia, elaboración que trabaja, en sumisión a los datos de la Tradición [Apostólica] y de la Escritura, y es a la exposición de ese esoterismo y su símbolo a lo que hemos dedicado varias entradas en este blog ( ver apartado Esoterismo cosmológico y Simbolismo Cristiano), ya que es algo que toca hoy día ser conocido por todo católico para poder recuperar así lo perdido que no es otra cosa que el simbolismo el cual permite la percepción clara e interna de una realidad que impregna todo pero que el materialismo en su miopía, intrínseca, ignora completamente.

Por tanto se nos hace claro( y una de las razones del apartado esoterismo cosmológico es exponerlo a la luz del día) que el cristianismo posee un esoterismo cosmológico, en parte uno formal subordinado a las formas eclesiásticas y que solo tocan a ciertas cofradías y hermandades, de resto no existe ningún tipo de esoterismo formal o institucional ni debe existir,  por lo tanto el llamado aspecto iniciático más profundo queda asociados a los que viven directamente el misterium del revelatum que son conocidos como místicos y santos, a los cuales no sabemos si de forma deliberada o no Guénon insiste en no calificar de iniciados.

Consideración final. Misticismo (iniciación) cristiano versus demiúrgica iniciática

En Consideraciones  sobre la iniciación de Guénon[9], encontramos lo siguiente: <<A diferencia de las realizaciones místicas, la iniciación no es algo que cae de las nubes, por así decirlo, sin que se sepa cómo ni por qué; por el contrario, descansa en fundamentos científicos positivos>>. En ese mismo libro en una nota habla de manejar influencias espirituales.  Esto nos muestra una contradicción ya que desde el punto de vista cristiano lo que cae de las nubes es la gracia de Cristo: rorate caeli desuper, et nubes pluant justum[10]. En cuanto a la iniciación como una demiúrgica tecnocientífica, tal como la define Borella, y que tomamos como propia en adelante; trae consigo un prometeanismo (de Prometeo) básico que parece incompatible con la espiritualidad: el Espíritu sopla donde quiere y no deja ser manipulado por nadie. <<Además, las grandes figuras de la espiritualidad oriental no han dicho otra cosa: en Shankara la liberación no se presenta en modo alguno como el resultado de ninguna técnica (por positiva y rigurosa que sea), sino como una gracia (anugraha, de anu -grah, elegir) procedente de ese Ser supremamente real presente en el fondo del alma>>[11], y a partir de esto es que hacemos evidente la contradicción de Guénon en tanto que el Místico Cristiano es tan iniciado como cualquier sufí o taoísta.

Por lo tanto, lo que esto nos revela es que los grados o niveles presentes en el esoterismo pueden ser jerarquizados, en un sentido cosmológico si se nos permite decirlo. Sin embargo, es importante destacar que esto se vuelve anti-logos al negar o ignorar a la segunda persona de la Trinidad, es decir, al Hijo. Este es el caso de todos los grupos esotéricos conocidos desde el siglo XVIII hasta el presente, que pretenden ser herederos de un supuesto conocimiento que se remonta a los tiempos más antiguos y, de paso, inventan una absurda cadena iniciática, que hombre participes de este medio, como Schwaller de Lubicz, han demostrado ser un gran sinsentido.

 Por otro lado, existe entonces otro esoterismo que conduce a un conocimiento de naturaleza superior, de carácter crístico al cual aspira todo cristiano y es atestiguado por los santos y los místicos. Ellos son testigos de la deificación o unión mística con Dios, que es diferente a la fusión en el ser que busca los perennialistas. Esta diferencia, completamente ontológica, ente el cristianismo y el perennialismo es extensa y compleja para ser tratada aquí.

Epitafio de Wrisberg en la Catedral de Hildesheim, que muestra la distribución de las gracias divinas por medio de la iglesia y los sacramentos o misterios. Por Johannes Hopffe 1585.

El problema, entonces, subyace cuando el hombre contemporáneo, y esto ha sucedido con muchos seguidores de Guénon, se dejan seducir por esa demiúrgica iniciática, que en muchos casos los lleva hacia ideas gnósticas y, en última instancia, hacia un extraño dualismo en busca de un monismo.; lo que parece contradictorio. Hoy, y sobre todo en ciertas redes sociales, muchos de aquellos que han estudiado estos temas terminan invocando a un supuesto demiurgo y a unos arcontes; y no se percatan que estan cayendo en las manos de potestades y seres del ”aire” contra la cuales alerta el Apóstol[12]. Estos dos aspectos son precisamente los que menciona San Pablo al denunciar una gnosis efímera, que no perdura y que, por lo tanto, no es la realidad última, como nos recuerda en su primera carta a los corintios y a Timoteo[13],  pero a su vez nos habla de otra, de carácter último, de la cual disertaran tanto Clemente como Orígenes y que se llega a través de la fe, como comenta el Apostol[14] y de la cual nos habla detalladamente San Clemente en su obra Stromata. Por lo tanto, nos encontramos ante dos tipos de gnosis, siendo la última y verdadera aquella a la que también se refiere San Ireneo de Lyon, y a la cual se llega a través de Cristo, siendo todos los místicos y santos cristianos testigos de ello, mientras que la otra gnosis acaba siendo limitada y de naturaleza cosmológica. Concluyamos, entonces, citando las palabras de Borella al respecto

<<Se destacan aquí los contrastes entre el iniciado según Guénon y el místico cristiano. Extendiendo un poco las cosas, esta diferencia podría simbolizarse recurriendo a las figuras opuestas del Conde de Saint-Germain y San Francisco de Asís. Qué bien sabemos que alguien ‘liberado en vida’, o el verdadero ‘sufí’, representa a los ojos de Guénon el tipo espiritual de aquellos que han llegado al final del camino, lo que no es el caso del enigmático personaje recién mencionado. Sin embargo, muchas de las consideraciones enunciadas parecen pertenecer con bastante claridad al tipo ‘Saint-Germain’ o, si se prefiere, Rosa+Cruz[15]‘, por el que Guénon manifiesta indudablemente un cariño visible, y que, de todos modos, ejerce una  fuerte atracción sobre sus lectores, un personaje a la vez misterioso y evanescente, pero suficientemente atestiguado como para que sea legítimo indagar sobre su identidad, un Rosa-Cruz se libera de las condiciones ordinarias de existencia al final de un camino metódicamente perseguido y de una labor puramente técnico-iniciática. A partir de entonces vaga por el espacio y el tiempo para cumplir en la historia humana tareas tanto oportunas como decisivas, con miras a realizar los impenetrables designios perseguidos por las supremas jerarquías iniciáticas replegadas en Oriente. 

San Francisco ha actuado también en la historia de manera duradera y poderosa, cumplió la misión que Dios le encomendó de reparar la Iglesia del Señor. Pero esto lo hizo como un hombre entre los hombres, renunciando a todo, obediente hasta la muerte, pobre entre los pobres, desnudo y cubierto de cenizas, no como un disimulado tirando de los hilos de un teatro de marionetas entre bambalinas. Sin duda alguien hará la observación que estoy hablando aquí por ignorancia y, de hecho, reconozco de buen grado que no tengo competencia en lo que llamo el reino de la ‘demiúrgica iniciática’. Lo que queda es que, desde el punto de vista místico cristiano, tal demiúrgica parece ser algo bastante exterior y, espiritualmente, desprovisto del menor interés, excepto quizás para un novelista. Tal demiúrgica quizás no se encuentre como tal en Guénon; pero incuestionablemente, es de observar en más de un guenoniano y entre los más calificados en eso. Ahora bien, de lo que se trata es de suponer que todo esto corresponde a alguna realidad -cosa que no se niega a priori-, evidentemente estamos todavía y siempre tratando con datos de carácter cosmológico, y que incluso pertenecen a un ámbito disminuido de esta ciencia. , el ámbito que se ocupa de la historia de nuestro tiempo. Aquí redescubrimos, bajo otras modalidades, un tema muy antiguo ya encontrado en la segunda parte de esta obra y discutido extensamente: el tema de la apocalíptica judía y el esoterismo cosmológico de los rabinos. En su relación con la revelación del misterio crístico, define una de las mayores tensiones de Enseñanza paulina: cómo hacer entender que, por más esotéricas que sean las doctrinas relativas a los ‘elementos del mundo’, hay, en el misterio crístico, algo más elevado e interior que sobrepasa los grados de creación y poderes cósmicos, porque los integra en sí mismo, y porque es precisamente a una iniciación en este misterio a lo que hemos sido llamados. Es lo mismo hoy. En la medida en que no lo rechace como sospechoso, el místico cristiano

estaremos inclinados a ver en este esoterismo cosmológico una distracción de lo único necesario, un olvido, o al menos el riesgo de un olvido de nuestra más alta vocación. ¿Quién puede culparlo? Ciertamente las ciencias cosmológicas existen; tienen, más allá de la verdad de su valor intrínseco, una función ‘crística’ indispensable que cumplir cuando se integran a la producción del arte sacro; y el desprecio que les tienen la mayoría de los artistas, sólo en aras de la inspiración, explica en parte la decadencia de este arte. Ahora es el momento de recordar el famoso adagio medieval: “ars sine scientia nihil”, ‘el arte sin ciencia no es nada’, con la aclaración adicional de que el término ‘arte’ obviamente debe tomarse en su sentido tecnológico primario. Pero ¿qué pasa con una ciencia cosmológica que ya no está subordinada a su integración en una religión? Conduce a la exaltación del poder humano al estilo de Babel en rebelión contra Dios, e incluso al uso luciferino de las fuerzas de la naturaleza. Al fin y al cabo, el arte sacro no es la mayor preocupación de los apasionados por la demiúrgica iniciática y la historia secreta de Occidente. Es cierto que, en algunos de sus aspectos, la obra de Guénon puede alimentar maravillosamente bien esta pasión, como prueba la publicación de algunos libros más o menos recientes. Para decirlo todo claramente: tal preocupación no tiene nada que ver con la iniciático bautismal en la muerte y resurrección de Cristo a la que, tanto en Oriente como en Occidente, nos invita la Iglesia que Él ha fundado>>[16].

 Jhon Carrera

JMJ


[1] Todas las notas que a continuación citamos de Borella son de esta obra

[2]  Se consigue en edición en español : Luciano de Samosata. Los amores. El banquete. Subasta de filósofos. La danza

[3] (Mater. J.) De L’initiation Chez Les Gnostiques

[4] (Leroux. P.) De l’humanité, de son principe et de son aveni

[5] (Guénon)Considerações sobre a Iniciação. En mi caso tengo una edición en portugués, pero esta obra puede conseguirse fácilmente en español

[6] (Borella, 2004)

[7] (Borella, 2004)

[8] (Borella, 2004)

[9] (Guénon)

[10] Sea dicho frase con un fuerte sentido alquímico

[11] (Borella, 2004)

[12]  Efesios 6:12

[13] 1corintios 8:1-4, 1 Timoteo 6:20-21

[14] 1 corintios 13:8-13

[15]  Es absurdo negar la poderosa atracción que ejerce este tipo de esoterismo, y que ha cautivado a novelista como  Bulwer Lytton  con su  novela Zanoni. Pero además Según Guénon, la Hermandad hermética de Luxor era el ‘enemigo declarado de la Societas Rosacruz’, pero además se cuenta del secreto rosacruz de prolongación de la vida buscado por varios grupos secretos entre el siglo XIX y XX, y que sería la trama detrás del asunto extraño en el sur de Francia que tiene a un conjunto de sacertotes de la zona como corta fuegos. Pero también la sra Helena Blavatsky se inspirará en muchas de las novelas de Bulwer Lytton , por otro lado, este secreto rosa cruz inspirará y se verá expuesto de forma velada por los escritores seducidos por el ocultismo del siglo XIX como Verne, George Sand, Maurice Barrés, Maurice Leblanc y lo vemos también en pintores como Delacroix.

[16] (Borella, 2004)

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